Mayo 23, 2025 6:20 am
Portada » Muere a los 89 años el expresidente de Uruguay José ‘Pepe’ Mujica, el revolucionario tranquilo

El ex presidente de Uruguay, José “Pepe” Mujica, falleció este martes, a los 89 años, en su chacra en las afueras de Montevideo tras batallar contra un cáncer.

La muerte fue confirmada por el presidente de Uruguay y su discípulo político, Yamandú Orsi. “Con profundo dolor comunicamos que falleció nuestro compañero Pepe Mujica. Presidente, militante, referente y conductor. Te vamos a extrañar mucho Viejo querido. Gracias por todo lo que nos diste y por tu profundo amor por tu pueblo”, anunció en su cuenta de X.

Idolatrado y odiado por igual, su vida resume más de medio siglo de vida pública uruguaya. Asaltó bancos como guerrillero, protagonizó algunos de los años más sangrientos de su país, fue herido de seis balazos y sobrevivió como preso durante 15 años en una celda sin luz.

Pero supo redimirse hasta transformarse en una de las figuras políticas más trascendentes de la región, a partir de un puñado de premisas cuyos indicios ya asomaban en aquella mesa de su casa con techos de chapa y piso de cemento en Rincón del Cerro, en uno de los bordes mal cosidos de Montevideo.

El ex presidente Mujica nació en Paso de la Arena, una zona de calas, piedras y guitarras en los suburbios de la capital. Demetrio, el padre, fue un pequeño estanciero que terminó en la ruina. Al morir, José cursaba el tercer grado y su madre, Lucy, ayudada por su hijo, se decidió a cultivar flores y verduras. Entre los 13 y los 17, corrió en primera para el Club Ciclista Universal de Canelones. Hubo entonces un poco de fútbol y algo de estudio con la intención frustrada de ingresar a Derecho.

Durante años, Mujica continuó entregado al campo y sus cultivos con la fidelidad austera de un jesuita en penitencia. Una vez, en un reportaje radial cuando ya era un personaje, reveló sus experiencias de botánico improvisado: “Un simple yuyito, por su color, me dice si hay nitrógeno y otro mineral necesario. Una gramínea incluso me habla por la forma que tiene. Yo observo a los trifolios de las leguminosas y advierto que buscan el mejor grado de incidencia de la luz. Hay una multitud de lenguajes que hay que oír”.

José Alberto Mujica Cordano, ese era su nombre completo, había nacido en 1935 en el barrio Paso de la Arena, en la periferia rural de Montevideo. Su madre era horticultora y su padre un pequeño estanciero que murió pobre en 1940, cuando Mujica tenía seis años. A los 14 años, el joven ya exigía en las calles reivindicaciones salariales para los obreros de su barrio. En 1964, se sumó a la guerrilla del Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros. Estuvo preso cuatro veces y participó de dos escapes, uno de ellos legendario, en septiembre 1971, cuando 106 guerrilleros huyeron de la cárcel de Punta Carretas, en Montevideo, por un largo túnel cavado durante meses. Fue recapturado y en 1972 se convirtió en uno de los “nueve rehenes” del régimen militar: los cabecillas tupamaros presos serían ejecutados en prisión si su organización volvía a las armas.

Mujica no salió ileso de aquel agujero. Enfermó gravemente de la vejiga y finalmente perdió un riñón. Pero sobrevivió. En Mujica, una biografía escrita por Miguel Ángel Campodónico, el expresidente recordaba su paso por los cuarteles, pero sin victimizarse. “Yo no soy afecto a hablar de la tortura y de lo mal que lo pasé. Incluso, me da un poco de bronca porque he visto que a veces ha habido una especie de carrera medida con un ‘torturómetro’. Gente que se complace en repetir ‘ah, qué mal la pasé”. Sus detractores le recriminan que como presidente no hiciera lo suficiente para enjuiciar a los militares responsables de desapariciones y torturas durante la dictadura. Mujica respondía que había decidido “no cobrar” la deuda que tenían con él sus carceleros. “En la vida hay heridas que no tienen cura y hay que aprender a seguir viviendo. Yo sé que hay gente que no me va a acompañar, pero opto por una posición más inteligente y menos sentimental. Por eso no usé el poder para condenar a los milicos [militares]. Si voy a cobrar las que tengo para cobrar… Dios me libre”, le dijo a EL PAÍS. De todas formas, Mujica siempre vio aquellos años como los que más “moldearon” su manera de pensar. “La necesidad de existir lo lleva a uno a pensar y repensar y hacerse preguntas que en la vida cotidiana difícilmente se hagan”, solía decir.

De esas preguntas y las respuestas que encontró nació el Mujica que encandiló al mundo, ese político de izquierdas que se hizo oír desde un pequeño país sudamericano. Llegó a su primer día como senador en moto, vestido de paisano, directamente desde su chacra en Rincón del Cerro, a media hora por carretera de Montevideo. Vivió allí rodeado de hortalizas, su perra de tres patas Manuela y animales de granja desde que fue indultado en 1985 y hasta su muerte. Fue en ese refugio rural donde llevó hasta el paroxismo su militancia por la frugalidad y la vida mínima. No bajó de su tractor ni de su Volskwagen escarabajo celeste del 87 ni siquiera cuando fue presidente. Aquellos que quisiesen entrevistarlo debían meter sus pies en el barro, ya sean mandatarios como Luiz Inácio Lula da Silva o reyes como Juan Carlos de Borbón, al que recibió en 2015 horas después de dejar el cargo. “Dicen que soy un presidente pobre. Pobres son los que precisan mucho. Yo aprendí a vivir liviano de equipaje. Tú no puedes, porque tuviste la desgracia de ser rey”, le dijo entre risas, sin dejar de tutearlo.

Mujica solía replicar al lugar común que suponía retratarlo como “el presidente más pobre del mundo”. “Mi mundo es este, ni mejor ni peor, es otro”, dijo en otra ocasión, en referencia al punto de vista del documental El Pepe, una vida suprema, del serbio Emir Kusturica. “La clave está en la moral”, repetía. “El problema es que nos toca vivir una época consumista, donde pensamos que triunfar en la vida es comprar cosas nuevas y pagar cuotas. Con lo cual estamos construyendo sociedades auto explotadas. Tenés tiempo para trabajar, pero no para vivir”. Por eso advertía a los jóvenes que la libertad es “hacer con tu vida lo que a vos se te antoja, que de repente es boludear, porque la cultura es hija del boludeo”.

De sus años como guerrillero es su relación con Lucía Topolanzky. Se conocieron cuando él tenía 37 años y ella 27, durante una operación clandestina. Durante los años de cautiverio apenas intercambiaron unas cartas y se reencontraron definitivamente en 1985, ya en democracia. De aquellos años recuerdan poco, contaba ella, porque “esto se parece bastante a esos relatos de las guerras, donde las relaciones humanas tienen un marco de distorsión porque tú estás corriendo, podés caer preso, te pueden matar. No tiene los parámetros de una vida normal”. Topolanzky llegó al senado en 2005 por el Frente Amplio y en 2010 le colocó la banda presidencial a su marido, un honor que mereció por haber sido la legisladora más votada. Siete años después, fue vicepresidenta de Tabaré Vázquez. Mujica y Topolanzky no se separaron jamás. “El amor tiene edades. Cuando eres joven, es una hoguera. Cuando eres viejo, es una dulce costumbre. Si estoy vivo es porque está ella”, dijo Mujica poco antes de morir.

Su primer discurso como senador en el año 2000 lo dedicó a las vacas. En 2005, fue ministro de Ganadería de Tabaré Vázquez. Y ya como presidente, propuso discutir la propiedad de los grandes latifundistas y resolver el problema de la mano de obra en el campo “importando” campesinos de los países vecinos. Impulsó además una agenda de derechos que fue vanguardia en la región: legalizó el aborto y el matrimonio igualitario y reguló el comercio y el consumo de marihuana. El mundo comenzó, de un día para el otro, a mirar hacia Uruguay. Mujica recordaba de aquellos años en el poder su relación con Barack Obama, “un tipo inteligente que veía los problemas”. Y, sobre todo, su amistad profunda con el brasileño Lula, al que consideraba “una figura de carácter mundial”.

En 2018, Mujica dejó, finalmente, la política activa. Abandonó su banca en el Senado con una carta a la presidenta del Congreso, su propia esposa, en la que alegó “motivos personales y cansancio del largo viaje”. Siguió, de todas formas, militando en el Frente Amplio y opinando sobre la actualidad a quien quisiese escucharlo. Cuando se enteró de que tenía cáncer prometió dar batalla, pero era evidente que ya estaba cansado. Hasta el final de sus días aclaró que no pretendía para sí el bronce de la historia. “Los hombres no hacemos historia, hacemos historieta”, dijo en una de sus últimas entrevistas. “¿Por qué? Porque en la inmensidad del universo y del tiempo somos demasiado engreídos. Eso de fabricar a un dios con figuras de personas humanas y todo lo demás, es un viejo atavismo”. Antes de morir, Mujica pidió que ya no le pidiesen entrevistas. “Ya terminó mi ciclo. Sinceramente, me estoy muriendo y el guerrero tiene derecho a su descanso”, dijo al semanario Búsqueda. Comunicó entonces al mundo su decisión de morir en su chacra y descansar “debajo de la secuoya grandota” donde en 2018 enterró a su perra Manuela. “Y ya está”, dijo, y así se despidió de la vida.